Trajeados en pijamas: Bersuit Vergarabat en Córdoba
- Brenda Petrone Veliz
- 6 nov 2021
- 5 Min. de lectura
Los músicos porteños se presentaron el pasado jueves 4 de noviembre en Quality Espacio junto a la banda rosarina, Mamita Peyote. Una fiesta de múltiples intensidades que nos dejó con muchas ganas.
Fotos: Lucas Matías
Qué día para ir a un recital. ¡El frío que hacía! Pero nada iba a parar la oleada de gente que llegaba al Quality emponchada hasta los dientes para ver a Bersuit Vergarabat. El viento revoltoso jugaba con las gotas de lluvia y las estampaba contra el mural de entrada, esa eminencia que te recibían con grandeza y deleitaba a aquellos ingresantes que posaban frente a él para capturar el momento del recital que se avecinaba.
Adentro del lugar, el dulce sonido de un piano sobre el escenario abría paso al público que se amontonaba en la valla o pasaba al sector vip y ocupaba su lugar en las sillas. Pasado el cuarto de hora, el artista dejó paso a lxs rosarinxs, Mamita Peyote, para agitar la velada antes de la llegada de los hijos del c*lo.
Como Diablito con Mamita Peyote
Al escenario no subió una banda, subió un camión de música vestido de blanco y negro. Subió un grupo de gente que estuvo perfecta, armoniosa y hermosamente de la cabeza. Un show que nos levantó de la silla de un saque y nos sorprendió en calidad, pasión y coordinación en la escena. Las ganas de bailar se peleaban con las de poguear y al final no sabías quién podría ganar la batalla.

Lxs artistas fueron presentados por Tito de La Pata de la Tuerta quien salió con un megáfono a los gritos. No había forma de no prestarles atención. Se ganaron nuestras miradas desde el primer momento. Nos tuvieron hipnotizados desde Runfla Calavera hasta Diablito e hicieron de nosotros un grupo de manijas bárbaros con Sentencia, tema que tocaron junto a Cóndor Sbarbati, Daniel Suárez y Carlos Martín de la Bersuit.
Mamita Peyote no fue sólo un grupo de músicxs, sino que fueron artistas de alto rango que dieron una performance de lujo y reventaron el escenario con mucha grandeza. Prendieron a la gente y la hicieron gritar y aplaudir ante la voz de su cantante, Euge Craviotto Carafa y su corista, Soledad Gauna; ante los solos de Charly en guitarra y Lucio Cano en bajo; ante los furiosos vientos de Javier Germán Díaz, Martin Ricciuti e Igor Cuervo; ante los platillos de Mateo Ochoa y ante las teclas de Juanse Bada.
El tiempo no para (y los 33 años son sólo un número)
Siendo casi las diez de la noche y después de la explosión que dejó la banda rosarina, la energía estaba triplicada y se palpaba como gasa en el centro del Quality. Con una cantidad mediana de personas, se sintió tan acogedor que hasta podría haber pasado por un show íntimo, pero no podríamos definirlo así. ¿Por qué? Porque la intimidad es muy mínima al lado del éxtasis incontrolable que generó Bersuit Vergarabat desde el momento cero en que pisó el proscenio cy comenzó a cantar la mitad de El tiempo no para.
33 años recorriendo el mundo entero, trajeados en pijamas y buscando Desconexión Sideral, para al final ponerse a bailar un Huayno entre amigxs que te llenen el alma. La banda porteña retomó el centro performático que había dejado Mamita Peyote y lo digievolucionó hasta generar una obra musical en el teatro más profundo de las fibras nerviosas de nuestro cerebro.
Los ultrasonidos que invadían nuestra mente iban acompañados de la B y la V del fondo de la pantalla que tenía la banda en el escenario. Los colores cambiaban de rojo a azul y nunca apagaban su llama. Mientras entre tema y tema las luces desaparecían, la marca de nuestras viejas adolescencias se mantenía firme y fulgorosa desde el fondo.
Cóndor y Daniel nos podían poner felices a bailar, comprometidos a luchar con las gargantas desgarrando dolores y amorosos para chapar al primero que se cruzara. ¿Qué religión es esa que pregonan? La del amor por la letra de antaño que toma vida una vez más junto con la nueva que ocupa un lugar más que importante en su vasta biografía.
Una lluvia de sorpresas inundaba el recital a cada minuto. El gordo motoneta sorprendió a más de uno que probablemente recorrió en sus recuerdos el tema del disco en físico que hoy capaz se encuentre juntando tierra, pero que sin dudas se revive más de una vez en las listas de Spotify o YouTube: Hijos del culo. Qué albunazo.
Extrañábamos mucho estar acá - Daniel Suárez
Ni hablar cuando la gente le cantó el feliz cumpleaños a Juan Subirá. Acá si que los años no importaron un bledo. Mientras esas teclas sigan sonando con la dulzura de una pasión que no entiende otros amores, que los años nos pasen y que la vida nos fortalezca así. El público le pidió a gritos que se haga el inicio de la Negra Murguera, le rogó que explicara Sincerebro y lo glorificó con su parte esencial en La Argentinidad Al Palo. ¿Él? Sólo cumplió caprichos.
Nadie se quería ir. Si fuera por la gente, la Bersuit se quedaba a repasar de la primera a la última canción de su historia musical. La sutileza con la que bailan, la belleza de sus gestos y la calidez de sus miradas transmitieron los relatos ocultos de las letras y las melodías que sonaban.
Por ejemplo, con Lo que más busco, canción que tocaron con Euge de Mamita Peyote, se produjo una magia muy especial. El dúo de voces que surgió con Daniel llegó a un punto cúlmine donde ambos estaban a centímetros de distancia y cuya conexión astral se podía ver en el reflejo del aire. La interpretación actoral de dos hermanxs de sangre latina nos colgó con la mirada de Cóndor que observaba la escena casi enamorado del momento.
Como si la fiesta supiera poco, El viejo de arriba se enganchó con Sr Cobranza. La sensación de satisfacción que produjo ese ensamble llenó de placer el cuerpo. Manu Uriona y Carlos Martín nos envolvieron en el marcado tempo de la perfecta percusión acompañada del bajo del Pepe Céspedes y las manos mágicas del Nano Campoliete y el Juancito Bruno.

La noche se cerraba entre gritos, saltos y negociaciones para que toquen otra más. Un pacto fue la canción que coronó una fecha magnífica en el Quality. A pesar de que el tema tiene ese low emotivo, era tal el delirio que manejábamos que parecía ser el final de esa película que te engancha al toque desde el principio. Pero los tuvimos que despedir con mucha emoción y retirarnos con esas ganas de que se queden tocando, retirarnos como un grupo de niños raros que se quieren quedar durmiendo en los brazos de su banda del corazón.
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